martes, 23 de diciembre de 2014

Totalitarismo o la banalidad de la irrazionalidad

Mucha gente se pregunta cómo es posible que los sistemas totalitarios establezcan en países donde existe una fuerte tradición democrática o una estructura social o religiosa antagonista con la ideología que estados totalitarios profesan. La historia es poseedora de una gran cantidad de ejemplos, y algunos de los más representativos se podrían citar como ejemplo: la Francia de los Jacobinos, la Rusia de los bolcheviques, la Alemania del Nacional Socialismo y por qué no la Cuba del Castrismo.

Sería bueno en este caso hacerse la siguiente pregunta: ¿por qué estas sociedades sirvieron de materia prima para la construcción de sistemas totalitarios? Sociedades que entre sus características principales se puede nombrar los de siglos de tradición cristiana y humanista. En los países que se citan como ejemplos en el párrafo anterior, son más que representativos en cuanto a estas tradiciones. Aun así, estas tradiciones no fueron un freno a los sistemas totalitarios que en la historia se lograron imponer.

Si intentáramos darle respuesta a una problemática como ésta, no estaría de más mirar al desmantelamiento de las estructuras valores éticos y morales en el hombre. Un hecho que para muchos es una de las causas principales de la apertura de las sociedades hacía las ideologías. La estructura de los valores éticos y morales no ha sido cambiada de la noche a la mañana, lo que vemos hoy ha sido el resultado de un proceso que ha tomado cientos de años, y es un proceso que no ha tenido fin y que continúa evolucionándose.

Veamos algunos ejemplos que nos hablan de esta crisis de los valores. Uno de ellos lo vemos todos los días, “la moda”, es de lo que todo el mundo habla pero que en muy pocas ocasiones no se logra definir, que viene en muchos casos disfrazada de una cosa nuevo e interesante, para estimular comportamientos y hábitos que van contra la misma persona. Bajo la vestimenta de “moda” encontramos el abuso de las drogas, la corrupción administrativa y política, el desborde de la violencia, el hedonismo y la expansión de la irresponsabilidad a todos los niveles sociales. La lista sería interminable, pero no pasemos por alto que de moda se viste hoy las tendencias de desintegrar a las familias, el aborto, el abandono de los ancianos y la eutanasia.

Toda esta exposición no nos sería interesante si no nos preguntaríamos ¿qué relación tienen los valores con las ideologías y los estados totalitarios? La respuesta se puede encontrar en la relación que han tenido las ideologías con el desmantelamiento de los sistemas de valores, que trae como consecuencia el adormecimiento y la restricción de la capacidad de razonar de los seres humanos. El resultado de aflojar y desmantelar los sistemas de valores puede ser muy bien parte esencial del material necesario para la construcción del edificio del estado totalitario.

En la geografía del pensamiento humano hay un encuentro muy intenso entre los valores y la razón. Puntos de referencia importantísimos, claves para entender esta relación valores – razón. De cómo a la desvalorización de los valores puede seguir la sustentación del pensamiento y las acciones en la fábrica totalitaria es un ejemplo muy ilustrador el testimonio que sobre el dirigente nacional socialista alemán, Adolf Eichmann, nos deja la filósofa Hanna Arent (1906 – 1975). En su libro “Eichmann en Jerusalén” Arent apunta a lo que ha determinado las acciones horribles que cometió Eichmann, no ejecutadas por un mostro, tal como se puede pensar, sino más bien por una persona que ha echado fuera de sí misma todo lo que a valores éticos y morales se refiere, por consiguiente una persona que no pudo razonar que la banalidad de sus acciones contribuyeran al sostener el mostro totalitario alemán. 
                                                     Adolf Eichmann

El estudio a la persona de Eichmann resultará muy útil para cualquiera que pretenda analizar la problemática del mal totalitario que brota como como hierbas venenosas y toxicas en las sociedades modernas. Tal como lo enfoca Hannah Arendt puede servir para no ver al Diablo donde no se presenta.

Es importante no reducir el mal de las sociedades totalitarias a simples endemoniados o monstruosos burócratas, policías o militares, para no perder luego de vista la raíz de la monstruosidad, o no pasarle por el lado al verdadero Diablo sin uno darse cuenta. Hanna Arendt señala muy bien que la monstruosidad que comete Eichmann tiene su fundamento en la falta de valores éticos y morales y la incapacidad de ese individuo de razonar. Es todo lo que necesitaba para llevar a cabo todos los actos monstruosos cometidos.
                                                              Sócrates

Ya desde la antigüedad esta relación entre los valores y el uso de la razón se mostraba claramente, como por ejemplo el filósofo griego Sócrates (469 – 399 a.C.) Quien no solo enseño sobre los peligros del relativismo sino que supo enfrentarse al mismo en la forma que apareció en su tiempo con los sofistas pretensiosos de reducir el conocimiento y los valores a conceptos relativos. La propuesta sofista que Sócrates se vio envuelto en contra propagaba que “el bien” y “lo que existe” son el resultado de convenciones, es decir, lo que es bueno y lo que existe se comprende por unos de una forma, la que no necesariamente es igual para otros. Por eso se justificaba que “el bien” y “lo que existe” fuesen determinado de diferentes formas dependiendo del lugar, la ciudad o del sujeto. Pero para Sócrates mismo eran “el bien” y “lo que existe” representados por un valor universal, porque según él “el bien” y “lo que existe” habrá el mismo significado valido para todas las ciudades, para todos los hombres y una validez para todos los tiempos. La solución de Sócrates es a lo que se le llama definición universal y era la solución que él le veía al relativismo del conocimiento y la moral que se propagaba a través de los sofistas. Esta forma de asumir la realidad y la vida tan radical de Sócrates no estuvo exenta de dificultades y peligros, que terminaron con su vida en una condena a muerte por un tribunal de Atenas.

Aristóteles (384 – 322 a.C.), otro filósofo griego importante, que navegaría con mucho más suerte que Sócrates, no concebía el razonamiento si los valores. En su obra “Ética de Nicómaco” asume la necesidad de felicidad del hombre pasa por la virtud. Para Aristóteles es esto una capacidad del alma, es decir la aptitud que se asume al comportarse específicamente ante una situación particular. Lo que significaría que, según Aristóteles, no basta que la acción tenga un carácter determinado para que la conducta sea justa o buena; sino que el hombre intervenga de una forma específica, es decir conscientemente. Esta intervención procederá necesariamente de la razón, que la elige por sí misma.

Tal como los filósofos de la antigüedad clásica reflexionarían sobre la razón y los valores los pensadores cristianos. Un ejemplo muy importante que se puede nombrar es el de Agustín de Hipona (354 -430), quien vio la necesidad de razonar para llegar a determinación del lugar del bien y del mal. Asociaba la idea del Bien con la de Dios, e inspirándose en el cristianismo, coliga la felicidad con una visión beatífica de Dios. Esto sería a su vez un objetivo a conquistar, el fin último de toda la conducta humana. Agustino se convierte en un importante pensador cristiano de los valores junto con san Tomás de Aquino (1225 – 1274), quien se abrió a la inspiración de Aristóteles en su reflexión sobre los valores y la razón. Estas dos tendrán a su vez una relación que según Tomás es muy estrecha con la felicidad, para hablar de esto se apoya en el pensamiento aristotélico. Lo más genuino será entonces el uso de la razón, a fin de que el individuo desarrolle su poder cognoscitivo y ejerza su razón. Este ejercicio se proyecta hacia cosas más altas, más allá de la felicidad terrenal que no es absoluta ni total, hacia Dios en una especie felicidad beata.

Faltaría un elemento muy importante a la hora de acercarnos a los valores y la razón si no le echáramos una mirada a Immanuel Kant y su particular forma de ver esta problemática, quiero decir el imperativo categórico. Kant propone con esto que, se obre sólo de una forma que uno pueda desear que la máxima de la acción se convierta en una ley universal; cuando se use a la humanidad, tanto en la persona de uno como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio; y obrar como si las propias máximas puedan convertirse en ley universal. Kant reconoce que los hombres tienen dos caminos cuando se encuentran de frente a los valores, uno el de la sumisión irreflexiva ante las reglas impuestas por una autoridad exterior, la otra es el de cuando se tiene el valor de hacer uso de la propia razón.

Dicho esto anterior, podría ser suficiente para entender las consecuencias de alejar del hombre los valores éticos y morales. El hombre se desconecta del Bien y del sentido y objetivo de su vida. Y uno se preguntará: ¿qué relación tiene esto con los sistemas totalitarios? Bueno la relación es mucha, porque una vez que se debilitan los valores, y los filósofos que he expuesto anteriormente lo expresan claramente, la capacidad de razonar se debilita al mismo tiempo.

Las sociedades totalitarias son en extremo violentas y represivas contra los que pueden pensar. Un ejemplo muy claro que subraya esta idea es lo sucedido en Camboya durante el régimen de Pol Pot y la China de la Revolución Cultural de Mao. El primer grupo humano en caer en la maquinaria infernal fue el de los intelectuales y pensadores, incluyendo en éste a los religiosos. Se puede pensar muy bien que el objetivo no fue sólo el de descabezar la cultura nacional, sino el de mutilar a los valores y a su vez la capacidad de razonar del pueblo.
                                         Oswaldo Payá

Una sociedad sin valores, un individuo sin valores, es la materia prima ideal que un estado necesita para construir el aparato totalitario. Un individuo como Eichmann, incapaz de razonar sus acciones, según la ética y la moral, modelo de la expresión de la banalidad que el mal puede alcanzar en una sociedad totalitaria. La contraparte a esta banalidad no son necesariamente los aliados que dicen haber vencido al nacional socialismo alemán, sino más bien los hombres que han decidido razonar su realidad desde los valores éticos y morales. Hay dos ejemplos de hombres que tuvieron el coraje de razonar la realidad que les tocó vivir desde valores éticos y morales. Su acción llevó a sacudir verdaderamente el andamiaje del estado totalitario, y aquí muy bien y sin lugar a dudas se puede nombra a Jerzy Popieluszko (1947 – 1984) en Polonia y Oswaldo Payá (1952 – 2012) en Cuba.

Popieluszko y Payá son dos figuras centrales del pensamiento anti totalitario y cristiano de nuestro tiempo. Aunque representan a dos naciones muy diferentes y lejanas, los une no sólo su lucha contra el mismo sistema, el comunista, sino también el camino que eligen para esa lucha. Los dos, Popieluszko y Payá, siempre estuvieron muy conscientes del material que construía los regímenes totalitarios en donde les tocó vivir: el miedo y la falta de valores éticos y morales en los individuos. Para los que no han tenido la experiencia de lo determinantes que pueden ser los valores a la hora de darle la cara al totalitarismo, les invito a profundizar en la vida de estos dos grandes hombres de la historia moderna. El resultado del llamamiento al cambio que comenzaba dentro del hombre mismo, abría nuevos horizontes para todos y hacia tambalear mucho más que todas las armas del mundo al estado totalitario. Esto no dejo por descontada la respuesta violenta y brutal que el totalitarismo sabe dar, los dos líderes de los valores murieron violentamente Popieluszko en Polonia y Payá en Cuba.

Estos ejemplos concretos de mártires de los valores humanos nos muestran la importancia de éstos hoy día, aunque al parecer, al menos en los países que nos encontramos no funciona un sistema totalitario como el de la Unión Soviética. La represión ha cambiado traje, ya no es un uniforme militar sino el traje sutil de lo políticamente correcto lo que se presenta en la puerta de tu casa para atemorizarte de no sólo actuar, sino también de vivir tus propios valores y razonar por ti mismo. Para eso, aunque no se ve, aunque no lo logres comprender, está el estado que conserva para sí, como en los antiguos estados soviéticos, el derecho de determinar “el bien” y “lo que existe”.